martes, 1 de febrero de 2011

EL PARO JUVENIL

Las consecuencias del paro juvenil es fundamentalmente la desvirtuación de la racionalidad. La pérdida del sentido de la productividad del trabajo bien hecho para dejar paso a la irracionalidad, a la pérdida del sentido del otro.
Las cifras sobre el paro juvenil son alarmantes. Nos muestran una cara de la crisis muy preocupante. Podemos analizarlo desde la perspectiva de un capitalismo casposo como lo que se pierde de ganar al momento de contabilizar la productividad. ¿Cuánto perdemos de ganar con una tasa de paro tan elevada?. El deterioro social es más grave que las pérdidas económicas.
Otra perspectiva centrada en las personas, en las instituciones sociales, nos la da la repuesta más objetiva, a la pregunta ¿qué hacen los jóvenes en paro?. Nada bueno. Pueden abaratar los costes del trabajo, lo que sólo se da en casos muy particulares. El paro masivo de la juventud, en ausencia de la cultura del ocio, del epicureismo, adentra la actividad por ambientes de la irracionalidad. La crisis económica actual provoca, por su brutalidad efectos de pánico y de desequilibrios de la razón. En sociedades presididas en principio por la racionalidad, cuando ésta se diluye o se disloca, los ciudadanos se ven tentados a recurrir a formas de pensamiento preirracionalistas. Se vuelven hacia la superstición, a lo esotérico, lo ilógico, y están dispuestos a creer en varitas mágicas, capaces de transformar la realidad social. los psiquiatras, las videntes, los taumaturgo, los fideistas en general, adquieren un prestigio social fruto de la irracionalidad.
Puede constatarse que la actual racionalidad económica, despreciativa de la persona favorece el ascenso de un irracionalismo social. Son muchos los ciudadanos que consideran que la alianza del capital, de la industria, y de la ciencia constituyen una traición a la ética de esta última, y que una concepción mercantil del progreso es responsable de no pocos de los problemas más graves. Compromisos apáticos y recomendaciones átonas no harán más que retrasar las inevitables apuestas y la toma de las decisiones más difíciles, mientras el planeta permanece a la deriva hacia una catástrofe ecológica global.
El continente europeo conoció durante la “gran depresión” de los años treinta, un momento en el que los mitos arcaicos resurgieron con un dinamismo instintivo y emocional. La derrota de la modernidad, la crisis económica, el desarraigo social y la aspiración identitaria, provocaron una especie de desencanto del mundo y favorecieron especialmente en Alemania, Italia y España una fascinación por lo irracional que fue capitalizada por una visión reaccionaria del capitalismo. “Muchos de los ciudadanos alemanes querían abstraerse de un presente que no entendían y prefirieron precipitarse en un universo engañoso” escribe el ensayista Peter Reichel. Ya en 1930, Thomas Mann llamaba la atención de los riesgos políticos de una época en la que se había pateado una posible salida ética a la crisis. Las masas empezaban a pensar de que las mayores calamidades que les agobiaban, no podrían encontrar solución mediante razonamientos lógicos. Es más cómodo soñar que pensar.