miércoles, 16 de marzo de 2011

CONTRA LA EXCLUSION

La inquietante experiencia de verse excluido, no sólo de las opiniones sino de toda la experiencia vital de un gran número de nuestros contemporáneos, es un efecto característico de las “sociedades democráticas” modernas. Los neofascismos tienen una genealogía, que no debe pasar desapercibida. En los medios de comunicación aparecen denuncias contra las políticas y los muros que impiden la representación de la voluntad popular o las brechas que profundizan las diferencias. La consecuente preocupación que produce la separación entre los diversos ciudadanos y los grupos, pone de manifiesto el aislamiento de individuos irrelevantes. La sistemática falta de comunicación entre grupos de ciudadanos es una evidencia. No se trata solo del “individualismo masificado”.
Ser ciudadano hoy significa convivir con personas de conducta y creencias que difieren de las nuestras. Con frecuencia sólo podemos convivir si sabemos tolerar. La pluralidad incluso ha sido considerada por algunos autores como un rasgo permanente de la cultura pública de la democracia. Es indiscutible que la pluralidad de creencias o modos de vida, no permiten una convivencia lo bastante rica sino fuera por la tolerancia que nos demandan la moral y el derecho. Tolerancia, pluralismo y democracia son conceptos que se complementan. La democracia es –entre otras cosas- una institucionalización del pluralismo; una plasmación institucional de la integración de todos mediante la virtud activa de la tolerancia.
La democracia de calidad debe ser un sistema de representación y un método para mejorar el comportamiento de los ciudadanos; para que consigan comportamientos más solidarios, más equitativos, más colaboradores. La democracia es un proceso, se pervierte o se mejora día a día. Montesquieu lo dejó escrito con precisión: «No son solo los crímenes los que destruyen la virtud, sino también las negligencias, las faltas, una cierta tibieza en el amor de la patria, los ejemplos peligrosos, las simientes de corrupción; aquello que no vulnera las leyes, pero las elude; lo que no las destruye, pero las debilita». Los grandes crímenes no sucederían sino no tuvieran lugar previamente las “pequeños” fraudes.
Los políticos profesionales, organizados en partidos, en grupos de presión no suelen resistir con decisión clara, la tentación de erigirse como “propietarios” del sistema democrático. Aquella máxima que presidía la conducta de todos los demócratas de “servidores” del bien público no se concreta con la frecuencia deseada en conductas democráticas ejemplares. El ser humano no tiene sólo “un” motivo en su conducta y sus motivos pueden no coincidir con su conducta. El neoliberalismo de los postmodernos en realidad sólo quieren la libertad para discriminar, para separar, para debilitar. Es el camino opuesto al que debería seguir un servidor del bien público,
La solidaridad, el reforzamiento de lo social, de lo colectivo, la austeridad personal, la fidelidad a las tradiciones en el horizonte de la modernidad y del progreso, el sentido de la identidad sin exclusiones, ponen en cuestión los fundamentos del neoliberalismo, mientras que el individualismo, el miedo y los anhelos materiales crea personas “sometibles”. Las dificultades para cubrir las necesidades básicas, la carencia de bienestar y de seguridad deja a los más pobres más desguarnecidos para luchar a favor de una sociedad más justa y más cohesionada.
Nada más falso que sugerir que la educación contra la exclusión, debe limitarse a enseñar ciertos hechos, pero no valores o virtudes. El caso es que ni los hechos son neutrales ni cualquier idea de una buena sociedad, en que por fuerza descansa toda educación cívica. La civilidad comprende la lealtad a un marco constitucional sin exclusiones, y con ello a un patriotismo cívico de respeto a la diversas opciones en la esperanza, sin exclusiones.

Moncho Ramos Requejo.

jueves, 3 de marzo de 2011

EUROPA Y LA GLOBALIZACIÓN

En el mundo árabe se han desencadenando muchas fuerzas que hasta ahora vivían aherrojadas con los grilletes de la represión. Después de Túnez se han desarrollado diversos movimientos, sin que hoy podamos prever cuál será el final y cómo podrá afectar a los europeos. De momento se trata de la iniciación de un proceso sometido a una gran conjunción de fuerzas heterogéneas; van desde las religiosas a las económicas sin olvidar las culturales. Nos engañaríamos si creyéramos que con solo unas manifestaciones callejeras, aunque fueran masivas, hemos logrado salir de Túnel.
El descubrimiento de la importancia de lo económico en el ámbito de una economía de mercado indujo a Marx y no pocos marxistas a sobrevalorar la influencia del factor económico en general, en todos los tiempos y en todos los lugares. Diversos políticos más radicales que Marx vieron otras fuerzas capaces de producir dolor, pero que lo económico no es capaz de paliar. El diagnóstico que los sabios europeos nos ofrece, es casi dramático: envejecimiento demográfico; necesidades de una inmigración casi masiva que no sabemos ordenar ni integrar; dependencia energética; competencia a la baja que cuestiona el pleno empleo y el Estado de bienestar; desplazamiento hacia Asia de la producción, del ahorro… y de la innovación y la investigación, sin contar con las amenazas ya sufridas del terrorismo y el crimen organizado.
“Lo que vemos no es tranquilizador para la Unión y sus ciudadanos”, dicen los expertos. Y nos aseguran que, de no reaccionar “juntos y desde ahora” acabaremos siendo una especie de península colateral del nuevo centro de gravedad económico del mundo que se desplaza a velocidad vertiginosa hacia Asia.
La importancia de la opinión de los sabios, tanto en las novedades como en las soluciones, no deben sorprendernos, ya han sido adelantadas por otros analistas. Lo que llama la atención, sin embargo, es la falta de reacción de las instituciones europeas. Eso hace más difícil la aplicación de medidas eficaces. Europa ha envejecido no sólo en la población y en los problemas sino en la forma de tratarlos. Los antiguos valores de la solidaridad, de la creatividad son sustituidos por otros como la especulación, la discriminación. No es eso lo que necesita Europa. Si hasta ahora ha suficiente mantener a los tiranos en el poder, llega el momento en que se deben particular medidas eficaces para bloquear la sangría de capital humano. El eurocentrismo debe dar paso a una globalización de la riqueza y de su disfrute. La universalización de la riqueza no priva a nadie de ella, sino que nos enriquece a todos.

Moncho Ramos Requejo

LA DEMOCRACIA Y SUS FORMAS

Se repite con insistencia que la democracia es una cosa de formas; pero no bastan; se necesita un lenguaje, contenidos, compromisos, respeto. Con demasiada frecuencia traspasamos las formas cuando nos dirigimos a las personas y a las instituciones. Las formas no son sólo el lenguaje y los modales respetuosos, sino las actitudes comprensivas, tolerantes.
En una conferencia que pronunció en Berlín en 1954, el sociólogo Franz Neuman habló de una problemática tratada con minuciosidad, en países de democracia desarrollada. Un Estado de democrático, puede estar en peligro no sólo por acontecimientos del mundo exterior, sino, entre otras cosas, por no poder asumir las funciones de deliberación y control, por la transgresión de las formas que la democracia prevé para ellos, en su papel de ciudadanos y ciudadanas.
La falta de respeto para con las formas, genera inseguridad y miedo. El miedo se manifiesta con diversos lenguajes; en cualquiera de sus maneras, es un obstáculo, no sólo desde el punto de vista intrapsíquico para cualquier manifestación de política democrática; impide que las personas alcancen y ejerciten las capacidades que son irrenunciables para formar una voluntad común: si se transgreden las formas, predominan los miedos irracionales, y no es posible desarrollar ni la capacidad de colocarse en situación de los demás, ni la facultad de revisar los intereses propios.
La clave para entender las disposiciones que hace posible una democracia viva es el respeto y la tolerancia con los otros; el discurso abierto. La tolerancia y el respeto deben estar precedidos de un proceso en el que el sujeto individual aprende a conducirse consigo mismo con “tolerancia” y liberalidad. Un proceso de tolerancia significa aprender poco a poco a disminuir las incongruencias y el carácter extraño de los deseos recientemente articulados poniéndolos en relación con objetivos más finalistas.
Los ciudadanos y ciudadanas solo poseen la capacidad de vivir en democracia sin son capaces de manejarse de manera constructiva y respetuosa con los desafíos de una democracia pluralista, cooperativa; en cambio, mientras los ciudadanos y ciudadanas se aferren a la desconsideración y al miedo como mecanismo de defensa, se seguirán dando las formas de prejuicios, la proyección del odio y la exclusión social, que son incompatibles con la tarea de una formación discursiva de la voluntad democrática. En tal sentido, el proyecto de democractización está ligado al presupuesto de una conducta respetuosa con las formas para con las personas y las instituciones.


Moncho Ramos Requejo

LOS INSIGNIFICANTES

Se ha reavivado una discusión presente desde hace mucho; las redes sociales no son suficientes para explicar el levantamiento en África. Los últimos sucesos acaecidos, nos ponen de manifiesto que los pretendidamente insignificantes, los sometidos a sistemas de esclavitud, podrían tener en determinadas circunstancias y en momento sociales concretos un valor determinante, hasta modificar un sistema político. Los insignificantes para las dictadores y sus seguidores, pueden hacer de los sistemas no democráticos algo anodino, insignificante.
La democracia es posible si existen individuos capaces de abstraerse de los intereses particulares y de asumir la imparcialidad, colocándose en el lugar de los demás. Las preferencias no son comunicables, y inmodificables si se abstrae de su contexto, y a través del diálogo desemboca en decisiones vinculantes, así pueden modificarse recíprocamente en sus opiniones. El individuo se hace social a través de la comunicación y del compromiso con los otros. La razón surge de la deliberación y de la cooperación. Este es el marco en el que las cosas insignificantes, lo prosaico transforma a los individuos y los hace personas dignas de tener presentes a la hora de tomar decisiones
Las sociedades actuales, incluso las más retrasadas están organizadas alrededor del sistema colonizador de unos pocos sobre los otros, hasta hacerlos insignificantes. El conformismo de los otros en torno del jefe, es el objetivo que persigue la colonización de las mentes, hasta la aniquilación del pensamiento autónomo, individual. No es la naturaleza de la geografía la que explica las vicisitudes de la sociedad, sino la capacidad de los “insignificantes” para autoconstituirse en personas capaces de decidir sobre lo cotidiano y lo trascendental. Los rebeldes de todos los tiempos y de todos los signos son solo un momento del proceso de la masa para constituirse en ciudadanos.
Los ciudadanos necesitan información veraz y contrastada para elaborar la conciencia personal, autónoma, social, contestataria hasta crear la democracia. Traspasar lo que son meras formas y ritos, para convertirse en núcleo central de la convivencia de individuos autónomos y libres es el gran objetivo de toda sociedad autónoma. Por muy paradójico que pueda parecer es la desaparición de la contestación lo que pone en peligro la estabilidad del régimen.

Moncho Ramos Requejo

LOS OLVIDADOS

Se ha reavivado una discusión presente desde hace mucho; las redes sociales no son suficientes para explicar el levantamiento en África. Los últimos sucesos acaecidos, nos ponen de manifiesto que los pretendidamente insignificantes, los sometidos a sistemas de esclavitud, podrían tener en determinadas circunstancias y en momento sociales concretos un valor determinante, hasta modificar un sistema político. Los insignificantes para las dictadores y sus seguidores, pueden hacer de los sistemas no democráticos algo anodino, insignificante.
La democracia es posible si existen individuos capaces de abstraerse de los intereses particulares y de asumir la imparcialidad, colocándose en el lugar de los demás. Las preferencias no son comunicables, y inmodificables si se abstrae de su contexto, y a través del diálogo desemboca en decisiones vinculantes, así pueden modificarse recíprocamente en sus opiniones. El individuo se hace social a través de la comunicación y del compromiso con los otros. La razón surge de la deliberación y de la cooperación. Este es el marco en el que las cosas insignificantes, lo prosaico transforma a los individuos y los hace personas dignas de tener presentes a la hora de tomar decisiones
Las sociedades actuales, incluso las más retrasadas están organizadas alrededor del sistema colonizador de unos pocos sobre los otros, hasta hacerlos insignificantes. El conformismo de los otros en torno del jefe, es el objetivo que persigue la colonización de las mentes, hasta la aniquilación del pensamiento autónomo, individual. No es la naturaleza de la geografía la que explica las vicisitudes de la sociedad, sino la capacidad de los “insignificantes” para autoconstituirse en personas capaces de decidir sobre lo cotidiano y lo trascendental. Los rebeldes de todos los tiempos y de todos los signos son solo un momento del proceso de la masa para constituirse en ciudadanos.
Los ciudadanos necesitan información veraz y contrastada para elaborar la conciencia personal, autónoma, social, contestataria hasta crear la democracia. Traspasar lo que son meras formas y ritos, para convertirse en núcleo central de la convivencia de individuos autónomos y libres es el gran objetivo de toda sociedad autónoma. Por muy paradójico que pueda parecer es la desaparición de la contestación lo que pone en peligro la estabilidad del régimen.

Moncho Ramos Requejo

LOS OLVIDADOS

Sabemos muy poco de los perdedores. La historia de la humanidad la escriben los vencedores, esa una de las razones por las que los vencidos apenas si cuentan. El ser vencidos no lleva aparejado el olvido. Los olvidamos porque el fracaso nos aterra. Sin embargo ser vencido no significa estar vencido.
De entre las creaciones de la historia, una de ellas es la que permite que determinada sociedad se ponga a sí misma en cuestión. Se autocritique. Los olvidados pueden tener ocasión de hacerse reconocer. Pueden escribir nuestro futuro. El concepto de reconocimiento, en cualquiera de sus versiones, ha tenido siempre un papel esencial en el ámbito de la filosofía práctica. En la Antigüedad reinaba la convicción de que sólo aquellas personas cuya actuación ganase la apreciación social de la polis podía llevar una vida satisfactoria; la filosofía escocesa se guiaba por esta idea.
En los últimos años surgieron debates políticos y movimientos sociales que perseguían una mayor consideración para con el reconocimiento. También los vencidos necesitan del reconocimiento de su diferencia. Nuestra idea de justicia debía estar mucho más estrechamente ligada a la concepción de cómo y en calidad de qué los individuos se reconocen los unos a los otros. Uno de los problemas que plantea un enfoque de este tipo, está relacionado con la multiplicidad de significados de las categorías clave que toman como base. El respeto mutuo tanto de la especificidad, de la igualdad, como la diferencia de las otras personas requiere al comportamiento discursivo en la participación de la construcción de las conductas cívicas. En el marco de los intentos de desarrollo social, La categoría del reconocimiento es utilizada hoy para caracterizar formas de apreciación de estilos de vida diferentes al propio como los que se dan típicamente en el contexto de la solidaridad social. El reconocimiento ha de traer a primera fila a los olvidados, a los excluidos. La acumulación de olvidados y olvidos se yergue contra higiene social. Cuando los olvidados son despreciados no tiene posibilidad de recuperar su identidad. El reconocimiento se ha convertido en un asunto político de supervivencia, cuando hasta hace bien poco lo tratábamos como un asunto moral; los dirigentes políticos han de echar mano de aquellos ideas que anteriormente despreciaron. La exclusión de proyectos fracasados no es una discriminación es una honra.


Moncho Ramos Rquejo

LAS OLIGARQUÍAS POLÍTICAS

Las dictaduras cambian el ropaje según le requiera la escena. Podemos observar que los dictadores dejan de serlo, cuando a otros dictadores más poderosos modifican las reglas de juego. Lo que en otros momentos era dictadura ahora es más estético decirlo oligarquía; el gobierno de unos pocos sobre el resto de ciudadanos.
Algunos analistas señalan la oligarquías de los partidos políticos como una de las causas fundamentales de la baja calidad de nuestra democracia. El asunto nos viene de lejos. Caetano Mosca y Wilfredo Pareto (1887) lo denunciaron así. Hoy la oligarquización ha adquirido ropas nuevas y ademanes desusados. Se necesitan manos técnicas para desenmascararlos. Sin duda muchas de los casos de corrupción denunciado hoy ante los tribunales, serían impensables sino fueran amparados por un sistema de oligarquías internas que de muchas formas impiden la higiene social dominante en la sociedad. También es cierto que hay muchas complicidades entre la sociedad y los partidos.
Diversos dirigentes políticos advierten graves signos de oligarquización y de intolerancia en el interior de los partidos. Muchos conocen análisis internos con el tenor siguiente: El partido ha cambiado mucho. La densidad de las relaciones de poder no tienen comparación con ningún otro momento. La endogamia, el clientelismo, las “guardias pretorianas” han sido reforzadas. La pobreza política, ética e ideológica si actual del partido es grande. Hay también quienes piensan que para ser diputado todas precauciones son pocas, para no ser víctima del sectarismo. Si efectivamente se tuviera que estar más preocupado por el aparato que por los electores, los problemas de la política interna del partido adquirirían una dimensión adicional muy seria.
Si los partidos unos más o otros, son incapaces de neutralizar el sistema de oligarquías y minifundismo interno, no serán posibles los necesarios y audaces debates. Sin debates serios en los que primen el sentido ético de los principios y su aplicación al mundo cambiante, no generarán una mayor capacidad de prever, de actuar, de reaccionar. El problema es que muchos sectores de los partidos están así: mucha mafia y pocos principios. Sin duda algunos partidos han avanzado en este terreno, pero también hemos de ser conscientes de una realidad claramente mejorable. Su creciente rigidez organizativa, su incapacidad para transmitir información, su falta de crítica interna, la opacidad de su funcionamiento, son obstáculos infranqueblas para la conquista de una democracia de calidad.



Moncho Ramos Requejo

EN MEMORIA DE ENRIQUE CURIEL

El fallecimiento de Enrique Curiel nos sitúa en la necesidad de alguna reflexión. Nacido en Vigo hijo de un catedrático de francés Instituto desarrolló la mayor parte de su vida política en Madrid. Desde joven participó como dirigente del Partido Comunista en la búsqueda de una sociedad democrática desde la Universidad de Madrid y los movimientos sociales, durante el franquismo. Después de la aceptación de la Constitución comprendió que se habrían nuevos caminos, que la democracia tenía otros requerimientos, con otras estrategias, en las que el diálogo con la sociedad, la proximidad con los problemas, la formación intelectual y moral de los ciudadanos, la democracia interna de los partidos, se hacían imprescindible. Sus propuestas fueron derrotadas dentro del Partido Comunista del que era subsecretario; coherente con sus ideas, presentó la dimisión y entregó el escaño de diputado de las Cortes, al Partido. El Tribunal Constitucional todavía no había establecido la doctrina hoy común de que el escaño pertenece al Diputado y no al Partido. Curiel tuvo que cambiar de profesión y buscarse la vida. Comenzó desde la nada la carrera universitaria. Entró en el PSOE y fue diputado y senador por Pontevedra.
En la década de los ochenta se cuestionaba la naturaleza misma de la política, del sistema económico y financiero y no solamente de sus efectos. La reconstrucción de la sociedad pasaba por la rehabilitación del hecho político democrático, del hecho social y del hecho cultural contra determinación de la economía. Ello implica una redefinición o, más exactamente un descubrimiento del bien común, de un saber vivir juntos y de un nuevo sentido de las relaciones sociales. Curiel se alistó de forma decidida a esta manera de hacer política. Descanse en paz.

Moncho Ramos Requejo