viernes, 26 de marzo de 2010

CONTRA LA EXCLUSION

La inquietante experiencia de verse excluido, no sólo de las opiniones sino de toda la experiencia vital de un gran número de nuestros contemporáneos, es un efecto característico de las “sociedades democráticas” modernas. Los neofascismos tienen una genealogía, que no debe pasar desapercibida. En los medios de comunicación aparecen denuncias contra las políticas y los muros que impiden la representación de la voluntad popular o las brechas que profundizan las diferencias. La consecuente preocupación que produce la separación entre los diversos ciudadanos y los grupos, pone de manifiesto el aislamiento de individuos irrelevantes. La sistemática falta de comunicación entre grupos de ciudadanos es una evidencia. No se trata solo del “individualismo masificado”.
Ser ciudadano hoy significa convivir con personas de conducta y creencias que difieren de las nuestras. Con frecuencia sólo podemos convivir si sabemos tolerar. La pluralidad incluso ha sido considerada por algunos autores como un rasgo permanente de la cultura pública de la democracia. Es indiscutible que la pluralidad de creencias o modos de vida, no permiten una convivencia lo bastante rica sino fuera por la tolerancia que nos demandan la moral y el derecho. Tolerancia, pluralismo y democracia son conceptos que se complementan. La democracia es –entre otras cosas- una institucionalización del pluralismo; una plasmación institucional de la integración de todos mediante la virtud activa de la tolerancia.
La democracia de calidad debe ser un sistema de representación y un método para mejorar el comportamiento de los ciudadanos; para que consigan comportamientos más solidarios, más equitativos, más colaboradores. La democracia es un proceso, se pervierte o se mejora día a día. Montesquieu lo dejó escrito con precisión: «No son solo los crímenes los que destruyen la virtud, sino también las negligencias, las faltas, una cierta tibieza en el amor de la patria, los ejemplos peligrosos, las simientes de corrupción; aquello que no vulnera las leyes, pero las elude; lo que no las destruye, pero las debilita». Los grandes crímenes no sucederían sino no tuvieran lugar previamente las “pequeños” fraudes.
Los políticos profesionales, organizados en partidos, en grupos de presión no suelen resistir con decisión clara, la tentación de erigirse como “propietarios” del sistema democrático. Aquella máxima que presidía la conducta de todos los demócratas de “servidores” del bien público no se concreta con la frecuencia deseada en conductas democráticas ejemplares. El ser humano no tiene sólo “un” motivo en su conducta y sus motivos pueden no coincidir con su conducta. El neoliberalismo de los postmodernos en realidad sólo quieren la libertad para discriminar, para separar, para debilitar. Es el camino opuesto al que debería seguir un servidor del bien público,
La solidaridad, el reforzamiento de lo social, de lo colectivo, la austeridad personal, la fidelidad a las tradiciones en el horizonte de la modernidad y del progreso, el sentido de la identidad sin exclusiones, ponen en cuestión los fundamentos del neoliberalismo, mientras que el individualismo, el miedo y los anhelos materiales crea personas “sometibles”. Las dificultades para cubrir las necesidades básicas, la carencia de bienestar y de seguridad deja a los más pobres más desguarnecidos para luchar a favor de una sociedad más justa y más cohesionada.
Nada más falso que sugerir que la educación contra la exclusión, debe limitarse a enseñar ciertos hechos, pero no valores o virtudes. El caso es que ni los hechos son neutrales ni cualquier idea de una buena sociedad, en que por fuerza descansa toda educación cívica. La civilidad comprende la lealtad a un marco constitucional sin exclusiones, y con ello a un patriotismo cívico de respeto a la diversas opciones en la esperanza, sin exclusiones.

Moncho Ramos Requejo.

martes, 23 de marzo de 2010

LA ESPERANZA DE LA DIGNIDAD

Moncho Ramos Requejo

La dignidad es una forma de reconocerse a sí mismo en la sociedad y una manera de comportarse con el prójimo y con las instituciones como merecedor de respeto.
Pero la voluntad de obrar con dignidad requiere “ejemplos” en los que apoyarse para que sirvan de acicate, y esos lamentablemente en la vida política actual no abundan. La preocupación por los políticos figura. El reciente ejemplo del tránsfuga Eladio Fernández , número dos del PSdeG en Ourense, debería obligar a una reflexión minuciosa sobre el comportamiento de los políticos ourensanos. No basta con declaraciones protocolarias. Eladio fue un buen militante voluntarioso, disciplinado y con un fuerte sentido de la ética. A veces asumió deficiencias de otros compañeros. Pero la práctica de esas virtudes requieren generosidad y reciprocidad por parte del colectivo. Cuando esas condiciones se quiebran, nada tiene de extraño que lo que pudieran ser pequeñas dificultades aparezcan como abismos insalvables. Tan despreciable es el que da como el que toma. El diálogo es un constitutivo esencial de la democracia.
La militancia en los partidos de izquierdas tradicionalmente ha obedecido a motivaciones éticas. Anteponen los intereses colectivos a los personales. Y así debe seguir siendo en todos los momentos. Enrique Curiel se sintió obligado a abandonar el PCE y entregó su acta de diputado. Más tarde fue militante y diputado del PSOE. Su posicionamiento ético y político estaba al margen de los dictámenes del Tribunal Constitucional.
Los políticos sufren ahora una calificación muy negativa por parte de los ciudadanos. La capacidad para el trasvase ideológico no ayuda a edificar una imagen motivadora de los políticos. El ansia de libertad, el vacío de compromisos no son condiciones que favorezcan una sociedad más equitativa, más solidaria. Sin embargo los partidos políticos son una de las necesidades para una sociedad democrática. Todos estamos en la obligación esperanzada, y los políticos los primeros, de construir una sociedad más ilusionante, más justa, pero ese trabajo no debe mirarse sólo como una expectativa sino como una construcción voluntariosa a pesar de las dificultades.

jueves, 18 de marzo de 2010

ESPERANZA Y DIGNIDAD

El sentido de la dignidad debe dinamizar todas las actuaciones de los políticos. La lucha por la dignidad sin esperanza pierde perspectivas y se angosta. Los políticos además de ser gestores de los intereses de los ciudadanos tienen un deber de ejemplaridad ante los ciudadanos. No es un camino aconsejable combatir la indignidad de otros con una conducta reprochable; eso por el contrario es acrecentar la indignidad. La democracia es un sistema político y jurídico que tiene como fundamento una moral de respeto activo a la dignidad de las personas. Una sociedad democrática requiere como alimento insustituible la aportación de ciudadanos virtuosos. La práctica de los deberes cívicos son las expresiones más elocuentes de la moralidad de los ciudadanos
La dignidad adquiere todos sus perfiles si se cultiva en una atmósfera de esperanza proyectiva y creativa. La dignidad es una forma de reconocerse a sí mismo en la sociedad y una manera de comportarse con el prójimo y con las instituciones. La dignidad como tantas cosas no se hereda, sino que se construye con voluntad e inteligencia en un marco de esperanza para poder mejorar las relaciones. La voluntad de obrar con dignidad requiere “ejemplos” en los que apoyarse para que sirvan de acicate y esos lamentablemente no abundan en la vida política actual. Los políticos figuran como la tercera preocupación por parte de los ciudadanos y no precisamente por la esperanza que inspiren.
El reciente ejemplo del “tránsfuga” Eladio Fernández número dos del PSdeG en Ourense debería obligar a una reflexión minuciosa sobre el comportamiento de los políticos. No basta con declaraciones protocolarias más o menos acertadas. Eladio fue un buen militante voluntarioso, disciplinado y con un fuerte sentido de la ética. A veces asumió deficiencias de otros compañeros. Pero la práctica de esas virtudes requieren generosidad y reciprocidad por parte de todos. Cuando esas condiciones se quiebran nada tiene de extraño que lo que pudieran ser pequeñas dificultades aparezcan como abismos insalvables. Tan despreciable es el que da como el que toma.
El clima de esperanza y de confianza se hace irrespirable por muchas y diversas causas. El mejor antídoto contra la desesperanza es el diálogo. El diálogo es una necesidad imperiosa de la democracia. La formación de la voluntad política requiere de un detenido proceso de discusión y reflexión sobre las diversas propuestas presentadas. Al margen de cómo se conciba y articule concretamente la deliberación, el diálogo enriquece la visión de la democracia y de la vida política. Pero el diálogo no se hace en el vacío sino en la esperanza de llegar a acuerdos operativos. El diálogo no está reñido con el autogobierno democrático, ni con el control del poder, por el contrario el poder se diluye sino está fundamentado en el diálogo.
La militancia en los partidos de izquierdas tradicionalmente ha obedecido a motivaciones éticas. Y así debe seguir siendo en todos los momentos. Enrique Curiel se sintió obligado a abandonar el PCE; no había posibilidad de acuerdo; fue derrotado en el Congreso de Partido; y entregó su acta de diputado. Su posicionamiento ético y político estaba al margen de los dictámenes del Tribunal Constitucional. Después de un tiempo pasó a ser diputado y militante destacado del PSOE..
Los políticos sufren ahora una calificación muy negativa por parte de los ciudadanos. La capacidad para el trasvase ideológico no ayuda a edificar una imagen motivadora. El ansia de libertad, el vacío de compromisos no son condiciones que favorezcan una sociedad más equitativa, más solidaria. Sin embargo los partidos políticos –no necesariamente en este formato- son una necesidades para una sociedad democrática. Todos estamos en la obligación, y los políticos los primeros, de construir una sociedad más ilusionante, más justa, pero ese trabajo no debe mirarse sólo como una expectativa sino como una esperanza proyectiva dentro de la confianza.

Moncho Ramos Requejo

miércoles, 3 de marzo de 2010

LA POLÍTICA DE LA ESPERANZA
El abandono de la participación ciudadana en el discurso político debiera preocupar a aquellos que realmente se comprometen en el logro de una mayor calidad de vida sostenible. Los dirigentes políticos de hoy ya no escrutan las entrañas de las palomas para tomar decisiones; se confían en sesudos informes, o cuando no en el “humor” como forma de inspiración trascendental. Sin embargo sin un modelo de hacer
política abierto, compulsado con la práctica las decisiones suelen ser extravagantes, frágiles y cambiantes. Sólo una teoría como reflexión acerca de la praxis posible puede brindarnos posibilidades de buen gobierno.
El esfuerzo de transformación de las estructuras sociales no puede tener, en el liderazgo a los hombres y mujeres distanciados de la reflexión de los ciudadanos. La transformación de la realidad requiere además de la necesaria coacción de las leyes, la convicción intelectual y moral de los ciudadanos. El fideísmo es insuficiente. Tampoco el adoctrinamiento puede ofrecer una base sólida. La reflexión, el debate de las diversas opciones nos muestra horizontes iluminados con luces nuevas. El dirigente político no puede tomar a los ciudadanos como simples ejecutores de sus determinaciones ideológicas, como meros activistas a quien se niegue la reflexión sobre su propia acción. De ahí que la manipulación, la sloganización, la prescripción no deben aparecer nunca como elementos constitutivos de las maneras de hacer política. Un dirigente político que no sea dialogante con los ciudadanos, se constituye en dominante totalitario.
Se impone el diálogo, la cercanía con los ciudadanos, su implicación en los diversos proyectos, para que, durante el proceso de búsqueda de soluciones, reconozcan en la política el camino para la superación eficaz de la contradicción en que se encuentran, como uno de los polos de la situación. Si los ciudadanos no se consideran actores de los compromisos políticos, muy pronto los abandonaran. Dejan aquellos métodos que los han constituido en meros objetos de cambio en la feria del engaño, en que han constituido la política. Hacer humanismo negando a los ciudadanos la capacidad para tomar decisiones, es la cara más inhumana de la dictadura.

Moncho Ramos Requejo