jueves, 18 de marzo de 2010

ESPERANZA Y DIGNIDAD

El sentido de la dignidad debe dinamizar todas las actuaciones de los políticos. La lucha por la dignidad sin esperanza pierde perspectivas y se angosta. Los políticos además de ser gestores de los intereses de los ciudadanos tienen un deber de ejemplaridad ante los ciudadanos. No es un camino aconsejable combatir la indignidad de otros con una conducta reprochable; eso por el contrario es acrecentar la indignidad. La democracia es un sistema político y jurídico que tiene como fundamento una moral de respeto activo a la dignidad de las personas. Una sociedad democrática requiere como alimento insustituible la aportación de ciudadanos virtuosos. La práctica de los deberes cívicos son las expresiones más elocuentes de la moralidad de los ciudadanos
La dignidad adquiere todos sus perfiles si se cultiva en una atmósfera de esperanza proyectiva y creativa. La dignidad es una forma de reconocerse a sí mismo en la sociedad y una manera de comportarse con el prójimo y con las instituciones. La dignidad como tantas cosas no se hereda, sino que se construye con voluntad e inteligencia en un marco de esperanza para poder mejorar las relaciones. La voluntad de obrar con dignidad requiere “ejemplos” en los que apoyarse para que sirvan de acicate y esos lamentablemente no abundan en la vida política actual. Los políticos figuran como la tercera preocupación por parte de los ciudadanos y no precisamente por la esperanza que inspiren.
El reciente ejemplo del “tránsfuga” Eladio Fernández número dos del PSdeG en Ourense debería obligar a una reflexión minuciosa sobre el comportamiento de los políticos. No basta con declaraciones protocolarias más o menos acertadas. Eladio fue un buen militante voluntarioso, disciplinado y con un fuerte sentido de la ética. A veces asumió deficiencias de otros compañeros. Pero la práctica de esas virtudes requieren generosidad y reciprocidad por parte de todos. Cuando esas condiciones se quiebran nada tiene de extraño que lo que pudieran ser pequeñas dificultades aparezcan como abismos insalvables. Tan despreciable es el que da como el que toma.
El clima de esperanza y de confianza se hace irrespirable por muchas y diversas causas. El mejor antídoto contra la desesperanza es el diálogo. El diálogo es una necesidad imperiosa de la democracia. La formación de la voluntad política requiere de un detenido proceso de discusión y reflexión sobre las diversas propuestas presentadas. Al margen de cómo se conciba y articule concretamente la deliberación, el diálogo enriquece la visión de la democracia y de la vida política. Pero el diálogo no se hace en el vacío sino en la esperanza de llegar a acuerdos operativos. El diálogo no está reñido con el autogobierno democrático, ni con el control del poder, por el contrario el poder se diluye sino está fundamentado en el diálogo.
La militancia en los partidos de izquierdas tradicionalmente ha obedecido a motivaciones éticas. Y así debe seguir siendo en todos los momentos. Enrique Curiel se sintió obligado a abandonar el PCE; no había posibilidad de acuerdo; fue derrotado en el Congreso de Partido; y entregó su acta de diputado. Su posicionamiento ético y político estaba al margen de los dictámenes del Tribunal Constitucional. Después de un tiempo pasó a ser diputado y militante destacado del PSOE..
Los políticos sufren ahora una calificación muy negativa por parte de los ciudadanos. La capacidad para el trasvase ideológico no ayuda a edificar una imagen motivadora. El ansia de libertad, el vacío de compromisos no son condiciones que favorezcan una sociedad más equitativa, más solidaria. Sin embargo los partidos políticos –no necesariamente en este formato- son una necesidades para una sociedad democrática. Todos estamos en la obligación, y los políticos los primeros, de construir una sociedad más ilusionante, más justa, pero ese trabajo no debe mirarse sólo como una expectativa sino como una esperanza proyectiva dentro de la confianza.

Moncho Ramos Requejo

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