viernes, 29 de octubre de 2010

Marcelino Camacho pedagogo

Unos de los temas más socorridos por los educadores de diversa ascendencia es constatar la falta de valores en la sociedad postmoderna. Quizá la formulación más adecuada sea decir que los valores de la modernidad han sido sustituidos por otros, sin que estos nos garanticen una sociedad más feliz y estable.
La muerte de Marcelino Camacho actualiza el axioma pedagógico que un ejemplo vale más que mil discursos. Fue un paradigma de los valores de la modernidad.
La preocupación por el otro, el ser para el otro, confiere a toda su actuación política el armazón ideológico para las diversas batallas que ha tenido que lidiar. El padecer con los otros fue algo espontáneo en Marcelino; el cálculo, el más mínimo debilitamiento de
la espontaneidad a fin de servir a algo más, la destruiría totalmente, la convertiría en lo contrario de lo que es: falta de compasión.
Toda moralidad, toda política comienza por la preocupación por el otro, por sus condiciones de trabajo, por sus posibilidades para ser más feliz. Preocuparse por el otro fue realmente su deber y partiendo de que la preocupación podría convertirse en una obligación. Un acto moral no debe guiarlo las expectativas del beneficio, confort, notoriedad, estimulación del ego, aplauso público. Lo moral es independiente del beneficio personal.
La exigencia ética por el otro, es taciturna, no explica qué forma debería adoptar
la preocupación por los otros. Las circunstancias determinan las formas, no el fondo de los compromisos con los otros. Pero su poder consiste precisamente, en su reticencia y taciturnidad, gracias a la cual no llega a dar órdenes. Es el otro que no deja de darnos órdenes para que nos preocupemos por sus debilidades, por sus posibilidades de desarrollo, de ser personas. Nos corresponde a nosotros, someternos a las exigencias de los otros. Y decidir cómo dar contenido al impacto de nuestra responsabilidad hacia el otro.
Marcelino Camacho solo le apoyaba la esperanza, pero una esperanza no es una certidumbre, ni siquiera una probabilidad. Tanto las opciones erróneas como las correctas surgen de la misma condición de incertidumbre, indeterminación, indefinición. La incertidumbre es el hogar de la persona ética y el único terreno en el que puede brotar y florecer la moralidad.

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