lunes, 17 de enero de 2011

RAICES DEL FEMINISMO

En el último tercio del siglo pasado aparece un conjunto de movimientos sociales dispuestos a cuestionar que el varón ya no es en exclusiva el centro de la vida moral y de la comunidad política. Nuevos movimientos sociales que, en los años setenta del siglo XX, anuncian que llega el cambio: es preciso integrar en la visión masculina lo femenina, la crítica de la razón por la del sentimiento, introducir la ética del ciudadano, de la tierra, de los seres vivos o de los animales.
Surca la historia la necesidad de acabar con el antropocentrismo. Sucesivas revoluciones ensanchan en el “nosotros” referido exclusivamente al varón, dejando al margen a las mujeres y a los niños, esclavos o no, para incluirlos como centros dinamizadores de la historia. Bregar por la liberación animal no es lo mismo que trabajar por la emancipación de las mujeres, que pertenecen a la especie humana, o promover el cuidado de la naturaleza, la reverencia por la vida. Exigir la igualdad de las mujeres y varones es una reivindicación que hunde sus raíces en el paradigma antropocéntrico y lo desarrolla y profundiza. Nada tiene que ver con una ética animalista.
La noción de persona tiene relevancia moral porque reconocemos como persona a quien tiene las capacidades requeridas para la autoconciencia, para el mutuo reconocimiento de la dignidad al actuar desde la libertad y para asumir su responsabilidad. La posibilidad de desarrollarse según las características de la persona sólo son posibles desde la especie humana y en comunidades humanas. Los animales no pueden tener la misma consideración moral. Hay tres criterios que permiten decidir qué seres son miembros de una comunidad moral: que tenga sentido justificar ante ellos una acción, que sean capaces de reconocer la dignidad y la vulnerabilidad de otro y de la suya propias y que precisen de esa comunidad para desarrollar todas sus potencialidades. Los únicos que han demostrado estas capacidades son los seres humanos. Los animales, la naturaleza merecen consideración moral pero de distinta naturaleza. No cabe hablar de dignidad sino en el caso de los seres humanos, puesto que son los seres capaces de comunicación, los interlocutores válidos que se reconocen mutuamente, con capacidad de sentir y capacidad de formarse un juicio justo a través de la adquisición de virtudes. La primera prioridad es tratar a las personas como personas como cuestión ineludible de justicia, y a los animales como tales con capacidad de sufrir.

Moncho Ramos Requejo

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