lunes, 31 de enero de 2011

SALVEMOS A LAS PERSONAS

A veces, recurrimos a los derechos humanos, para reivindicar medidas humanitarias discutibles. Si el respeto a la persona no ocupa el papel central poco futuro tienen los derechos humanos. No son pocos los autores que interpretan la doctrina de los derechos humanos como un residuo que queda después del desplome del marxismo como liberación del género humano en la era industrial; en este sistema la persona con diversas denominaciones ha ocupado el lugar del revolucionario. El incienso al hombre universal laminó a muchas personas. Perdidas las esperanzas de una revolución social, abandonan el intento de una emancipación colectiva. Quieren salvar el humanismo al margen de las reivindicaciones de la persona como referente universal.
Según Jacques Rancière “cuando los derechos humanos no son de utilidad, hacemos lo mismo que cuando las personas caritativas con sus ropas viejas. Se las damos a los pobres. Aquellos derechos que parecen ser inútiles en su lugar son enviados al extranjero junto a remedios y ropas viejas, con destino a gente privada de remedios,”. Así los derechos humanos son despolitizados, pasando de la política al reino abstracto de la ética deseable, donde quedan neutralizados. De este modo se evita que esos derechos se conviertan en motivo para un proyecto de emancipación colectiva.
La ideología de los derechos humanos concibe al hombre como víctima, ser sufriente que debe ser liberado de sus males. Y este estado de víctima asimila al hombre a su sustancia cosificada, a su mera resistencia a la muerte. Así la persona pierde la centralidad del proceso liberador. La singularidad del hombre consiste en su afirmación como ser espiritual, en su capacidad para ejercer su soberanía sobre la contingencia del sufrimiento y de la muerte, en sobreponerse a su mera animalidad cosificada.
Los problemas reales de raíz sociopolítica no pueden ser resueltos como meras asistencias caritativas. Muchas veces lo que se dice del respeto multicultural por la especificidad del otro, encierra la afirmación de la propia superioridad. Contamos con el otro en la medida en que se integra de forma acrítica en nuestro proyecto. El pensamiento totalitario tiene una inveterada tendencia a universalizar sus propios valores. El concepto de igualdad es entendido con frecuencia como la equivalencia con un modelo ideal que coincide casualmente con la ideología dominante antes que como igualdad de derechos entre sujetos radicalmente distintos. Abundan los casos en los que los valores propios se confunden con los derechos humanos universales, mezclando prácticas culturales discutibles con exigencias irrenunciables. Y esto se hace en nombre de la defensa de los derechos humanos.


Moncho Ramos Requejo

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