martes, 9 de noviembre de 2010

LA FRAGILIDAD DE LA DEMOCRACIA

La crisis que padecemos pone de manifiesto la fragilidad de nuestro sistema Los pueblos llegan a la democracia después de muchos años y tras un largo proceso; es el resultado de un tejer y destejer de muchas voluntades. Además es un sistema sometido a múltiples presiones, lo que le hace inestable. Ante la economía, la democracia es tan débil, que sufre las consecuencias de las decisiones de unos pocos. Con nuestras votaciones, muy democráticas, sólo construimos una parte del sistema del poder. Por si esto fuera poco, la democracia representativa está sometida a los dictámenes de tribunales con una visión muy particular de la justicia. Pienso que la democracia más sólida es la que sale de las urnas y no de consejos de administración de los bancos o de las empresas o de los dictámenes de los tribunales. La voluntad popular es la única institución que hemos de sacralizar, a pesar de las críticas a la que hayamos de someterla.
Es lógico pensar que la fragilidad de la democracia afecta a la acción de los políticos y a la Política. Nunca hubo tantos políticos “tocados”. No son pocos, los que piensan terminar, cuanto antes, la legislatura y buscar un ambiente más confortable y con mayor capacidad para sentirse gratificados. Lo más preocupante es que los ciudadanos, mientras, están regodeándose de la fragilidad de los políticos, de su incapacidad para resolver los problemas creados por la economía o por la “justicia”. Los políticos han pasado de ser la solución del problema; se han convertido en parte del problema; ocupa el tercer lugar que más preocupa a los ciudadanos. Siendo esto así, la responsabilidad de los ciudadanos no se agota en el hecho de votar regularmente, sino en el proceso de la participación cívica, aunque los políticos la regateen. La salud de la democracia representativa nos obliga a todos los que creemos en la voluntad popular como forma de gobierno. Para otros queda mirar los toros desde la barrera, o ensimismarse en los efluvios narcotizantes del placer de ver el cadáver el enemigo.
A la democracia parlamentaria no le viene la fuerza sólo del proceso electoral de representantes, sino también de la capacidad de la oposición para ofrecer críticas a la gestión y alternativas diversas para la solución de los problemas. El proceso de quítate tú, que me pongo yo, carece de una credibilidad elemental. El defecto no tiene amparo constitucional. Resulta innecesario decir que los procesos parlamentarios han sufrido fuertes reformas, para adecuarse en su funcionamiento y poder recoger así la voluntad popular, pero si eso no fuera suficiente se han de intentar nuevos caminos. La democracia no es la causa de la fragilidad de la política y de los políticos, pero su funcionamiento catatónico puede hipotecar la misma democracia. No perderán los poderes fácticos, ni los otros; perderemos todos pero unos más que otros.

Moncho Ramos Requejo

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