martes, 16 de noviembre de 2010

LA POLÍTICA DE LOS SIMBOLOS

Saber utilizar los símbolos en política es imprescindible para los políticos y para los ciudadanos. Puede ser un aventajado político, pero toda su carrera puede hundirse sino los sabe manejar de forma adecuada. Los símbolos son el lenguaje de los mitos políticos, el modo de expresión de la conciencia mítica. El símbolo requiere una realidad sensible o una imagen que se pueda plasmar plásticamente. Se estable una correspondencia entre la realidad material del símbolo y la realidad inmaterial simbolizada. El proceso relacional se establece una sucesión de momentos y escenarios, siempre dentro de una determinada cultura. El símbolo se dirige a la totalidad de las personas y puede desencadenar la capacidad evocativa y sentirse movilizado por su empatía.
La política no se puede construir el margen de los símbolos, ni de los mitos. En consecuencia no se puede pensar en una actividad política aséptica. El trabajo educativo se ha de articular entorno a fortalecer una política de resistencia a la mala utilización de los símbolos. La critica al nacionalismo es una incongruencia, pero cuando en nombre del nacionalismo se arbitra la exclusión y la negación del otro, cuando al amparo del nacionalismo se desarrolla el víctimismo, la nación como símbolo de progreso deja de serlo. Hemos erigido un monstruo de incomunicación y de exclusión de los otros
Los símbolos políticos deben ser instrumentos de convivencia pacífica y respetuosa; deben ser los mejores antídotos contra la intolerancia y la brutalidad. Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz,, afirma que la intolerancia “no es solamente el vil instrumento del enemigo, sino que ella es el enemigo mismo”. Frente a no pocos autores que interpretan el periodo del Tercer Reich como una excepcionalidad histórica, como un tumor crecido en el corazón de la civilización occidental, Z. Bauman reciente premio Príncipe de Asturias expone los fundamentos científicos y filosóficos así como el ambiente social en los que se gestó el engrudo teórico del nacismo y previene de su supervivencia en la sociedad actual. La tentación de políticas excluyentes, aunque se revistan con lenguajes “nuevos” y ropajes artificiosos, desarrollan el clima propicio para aventuras negras. La tolerancia tiene un límite. La perspectiva de la protesta pacifista, la ampliación de los campos de acción política, nos han de llevar a cuestionar símbolos políticos “viejos” pero que en nada ayudan hoy a la cohesión y a la justicia social. La megamáquina de la cultura de la exclusión engulle cada vez mayores cantidades de iniciativas solidarias.


Moncho Ramos Requejo

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