jueves, 22 de septiembre de 2011

MORALISMO POLÍTICO

La ética está de moda. Es un hecho generalmente aceptado. Concita, no obstante, comportamientos muy diversos a su alrededor, entre sus practicantes y sus espectadores. No son pocos los políticos que se refugian en un moralismo para desarrollar tropelías inconfesables y para crear o mantener un refugio de bondad.
En una sociedad capitalista la cuenta de resultados económicos es importante, y parece que no podemos prescindir de ella, pero no puede ser definitiva, además se han se contabilizar otros aspectos. La vida es un valor indiscutible y toda la sociedad debe estar orientada a preservarla. La política se arrima a la ética por urgentes necesidades de legitimidad o por vocación regeneradora. En el primer caso, aparecen los oportunismos políticos, que ante crisis coyunturales o períodos de desorientación ideológica, apuestan por un valor seguro y con cínico empuje aprenden a conjugar discursos de ética política con probada habilidad para la improvisación. En este segundo caso, el asunto es más grave porque el político moralizante cree en la pureza de su mensaje. Esta es la forma en que se expresan los mesianismos, los totalitarismos, los fundamentalismos, los integrismos y los utopismos más seductores. El moralismo político se empeña tenazmente en una práctica política que confunde fatalmente el fin de la política, que, lejos de aspirar a dirigir la vida de las personas, debería conformarse con crear un marco social de convivencia dinamizador de las propias para elegir las formas de conducir sus vidas.
Recientemente ha saltado a la prensa la negativa de una empresa farmacéutica internacional a seguir ofreciendo sus productos sino se saldan las deudas pendientes. Cuando con estas medidas se amenazaban a países “pobres” pasaban desapercibidas. Tampoco nos ofrecieron informaciones suficientes cuando se utilizan a los “tercer mundistas” como cobayas para experimentar futuros fármacos. Mientras no dispongamos de un derecho internacional suficiente para bloquear los genocidios y otros delitos, debemos recurrir a la ética, pero sin utilizar su nombre en vano, no porque le afecte la fama, ni porque sea pecado, sino por razones de justicia y dignidad. Recurramos a la voz de la ética, de modo que permita expresar los deseos y quereres de las personas con libertad y responsabilidad. No se deben enfrentar a las personas con los intereses estrictamente económicos de las empresas, pero las personas han de prevalecer sobre las empresas, también sobre sus especulaciones aunque sean “necesarias”. Si una empresa no se puede mantener con parámetros éticos más pronto que tarde debe desaparecer. La ética no debe ser considerada como un valor de cambio.

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